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La sanadora

Mi hija se golpea y viene a mí para que le calme el dolor con un beso. Le pica algo o se hace un raspón y hace lo mismo. Yo le doy un beso y ella pide otro, y otro... muchos, hasta que deja de llorar. No recuerdo otra experiencia en la que yo haya podido sanar a otra persona, pero sí la de estar en el lugar de ella y sentir que un abrazo o una palabra de mi mamá me sana y me salva.  Lo había olvidado. Ella me devuelve el recuerdo.  Traigo una bolsa de ajos congelados y les digo frente a ella: "curen a mi hija". Le animo a ella a que haga lo mismo. Ella me mira como intentando descubrir si esto va en serio y despacito saca un ajo de la bolsa, lo acaricia y se frota el pie con él: "¡cúrarme!". En menos de un minuto salta de la silla y sigue jugando.  Ella me devuelve el recuerdo, yo su poder.

Ser salvaje

Con frecuencia le cuento a mi hija la historia de una niña salvaje, criada por los animales del bosque. El cuento resuena en sus pequeños tres años, sus conversaciones con las estrellas, las plantas y las piedras, y las historias de leones que salen de su imaginación para explicar sus miedos. La niña del cuento juega con lobos, pesca como un oso, come con las manos como cualquier animal del bosque. Mi hija y yo jugamos a ser ella y nos transformamos en leonas para rugir y alejar a nuestros monstruos. Pero ahora, cuando ella tomaba la sopa con un ruidoso sorbido, esta mamá le pidió abrir mejor su boca. Ella agrandó sus ojitos, sorprendida y confundida. Solo atinó a preguntarme por qué. Yo no tenía una explicación coherente. Un día quiero que sea una niña salvaje y otro momento quiero que coma sin hacer ruido. No tuve palabras, pero supe bien de dónde venía eso. Era mi suegra, era mi abuela; eran mi tía y mi madre. Así que escribo ahora para sanar la herida. Aprenderé a ser una mamá salv