La sanadora

Mi hija se golpea y viene a mí para que le calme el dolor con un beso. Le pica algo o se hace un raspón y hace lo mismo. Yo le doy un beso y ella pide otro, y otro... muchos, hasta que deja de llorar. No recuerdo otra experiencia en la que yo haya podido sanar a otra persona, pero sí la de estar en el lugar de ella y sentir que un abrazo o una palabra de mi mamá me sana y me salva. 


Lo había olvidado. Ella me devuelve el recuerdo. 


Traigo una bolsa de ajos congelados y les digo frente a ella: "curen a mi hija". Le animo a ella a que haga lo mismo. Ella me mira como intentando descubrir si esto va en serio y despacito saca un ajo de la bolsa, lo acaricia y se frota el pie con él: "¡cúrarme!". En menos de un minuto salta de la silla y sigue jugando. 


Ella me devuelve el recuerdo, yo su poder.

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